LA COMPASIÓN. Fruto de la bondad no de la pena.
En el ser humano
existe una tendencia interna e instintiva hacia la bondad y la compasión, hay
un techo invisible de bondad que sostiene la cohesión de la sociedad,
de las familias, de las amistades y de los amores.
El psicólogo Daniel Coleman explica que el cerebro tiene
una predisposición hacia la bondad. Poseemos dentro de nosotros una
inclinación a sentirnos mal y vibrar con el sufrimiento del otro y un impulso
visceral a intentar aliviarlo.
De esa fuerza natural de amor nace la compasión.
Entendiendo la compasión no como invitación a la tristeza
(conmiseración) o a sentir pena o condescendencia, sino como benevolencia
altruista, como una forma activa de bondad.
La empatía es la
capacidad de resonar con lo que siente el otro ser, y puede acabar resultando
agotadora sino se sustenta y esta infundida de amor compasivo y de una profunda
confianza en la bondad última del ser humano.
Matthieu Ricard
en un experimento donde observó imágenes de extremo sufrimiento de huérfanos comprendió
que no podía soportar la situación sin la ayuda de la compasión, pues la empatía
sin compasión fue insuficiente, cuando comenzó a enviarles amor e imaginó que
los abrazaba y encontraba formas de ayudarlos empezó a sentir que podía ver el
sufrimiento sin dejarse arrastrar por él.
El dolor y las
emociones siguen afectando a las personas pero cuando la compasión refuerza la
capacidad empática afrontar las situaciones de sufrimiento, tanto interno como
externo, se llevan con más equilibrio mental y emocional.
Las emociones
negativas son naturales, no es necesario condenarlas, pero si conocerlas e
identificarlas para que nuestra actitud sea de aceptación, resiliencia y determinación de hacer lo que haya que
hacer, todo esto se consigue con una mente sosegada y abierta, alimentada por
la compasión; la benevolencia altruista y la bondad que ilumina nuestro interior.

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